¿Me cede su asiento? Un experimento con resultados inesperados
Hace treinta años atrás, los estudiantes del conocidísimo profesor y psicólogo Stanley Milgram se aventuraron en el metro de la ciudad de Nueva York para conducir un inusual experimento.
Su tarea, aparentemente, era muy sencilla: debían solicitarle a alguien el asiento en el tranvía. Una y otra vez hasta completar las 20 pruebas. ¿Por qué? Milgram estaba interesado en explorar las reglas implícitas del metro donde se suponía que aquel que llegase primero era el dueño del asiento. Muchas de las reglas y normas que mantienen el orden en nuestra sociedad se manifiestan de manera implícita e incluso no nos percatamos de su existencia hasta que alguien no las rompe. Pero... ¿cómo respondería una persona si se violase una de estas normas implícitas? ¿Cederían su asiento a las personas que se lo solicitan?
Los resultados fueron inimaginables: el 68% de las personas cedió su asiento al joven que se lo solicitaba aunque algunos pasajeros pusieron algún tipo de reparo verbal.
Sin embargo, los resultados aún más desconcertantes fueron los proporcionados por los estudiantes de Milgram. Inicialmente estaba establecido que cada voluntario debía completar 20 ensayos pero los estudiantes regresaron a Milgram cumpliendo solo 14 de ellos y con la queja de que la tarea les resultaba avergonzante y paralizante. Entonces Milgram halló que la tarea que le había impuesto a los estudiantes llegaba a ser traumática para unos cuantos mientras que para otros resultaba un objetivo difícil de cumplimentar. Incluso, tres décadas después las personas que participaron en este sencillo pero curiosísimo estudio, rememoraban esta experiencia de forma sorprendentemente vívida. Así, Milgram por sí mismo fue a completar el número de ensayos necesarios para el estudio pero su sorpresa fue aún mayor porque cuando se encontraba frente a la persona a la que debía solicitarle el asiento también él se sintió paralizado por el miedo y la vergüenza: "las palabras parecían haberse trabado en mi traquea y simplemente no salían"; reconoció posteriormente.
Al semestre siguiente Milgram repitió el experimento, en esta ocasión con diez estudiantes a los cuales les pidió 14 ensayos. Sin embargo, introdujo una curiosa variación: los estudiantes iban en pareja ya que tener un compañero les ayudaba en la difícil misión de solicitar un asiento, ofreciéndoles un soporte emocional. A la vez, esta segunda persona actuaba como observador y registrador de lo que sucedía.
También se varió la pregunta a realizar. En el primer experimento la pregunta era muy sencilla y directa: "¿Disculpe, podría cederme su asiento?" mientras que en el segundo experimento la pregunta era menos directa y estaba dirigida inicialmente al compañero (que según la percepción de los pasajeros del tren era un extraño): "¿Crees que estaría bien si le pido a alguien su asiento?" Ante la fingida confusión del interpelado, el estudiante debía realizarle la misma pregunta a la persona que estaba sentada. ¿Resultados? El 42% les cedió su asiento.
Pero Milgram no se quedó satisfecho y continuó con las variaciones experimentales, en este caso el estudiante llevaba en su mano un libro y se dirigía a la persona: "¿Disculpe, puede cederme su asiento para leer? No puedo leer mientras estoy en pie". En este caso el 38% de las personas cedió su asiento.
Otra de las variaciones incluía al estudiante con la petición del asiento escrita en un papel. Ante esta demanda sucumbieron el 50% de los interpelados.
Vale aclarar que muchos de los estudiantes achacaban la amabilidad de las personas a su evidente embarazo. Algunos afirmaban que se habían puesto tan pálidos que de seguro parecían enfermos lo cual convenció a las personas para que le cedieran sus puestos.
Sin embargo, aunque el experimento se centró en analizar cómo nos plegamos ante las normas implícitas y la sola idea de romperlas nos produce fuertes respuestas emocionales; quisiera apuntar otro elemento interesante: el porcentaje de efectividad más bajo que se obtuvo fue cuando los jóvenes pedían el asiento para leer. ¿Por qué?
Desde mi perspectiva considero que el hecho de no brindarle razones a las personas sobre el por qué de la necesidad de sentarse, podía hacerlos presuponer que los jóvenes se hallaban en un apuro o en una situación de verdadera necesidad. Después de todo, ¿quién se atrevería a romper la etiqueta social si no estuviera motivado por una necesidad "imperiosa"? Sin embargo, cuando los jóvenes afirmaban que deseaban el asiento para leer, sus motivos no dejaban lugar a dudas, por lo cual, la mayoría de las personas asumió que los estudiantes podían postergar sus deseos para otro momento.
Una vez más nuestro comportamiento viene determinado por las presunciones subyacentes, por aquello que presuponemos pero que no estamos dispuestos a verificar porque las "reglas" sociales nos lo impiden.
Fuente:
Milgram, S. & Sabini, J. (1978) On maintaining social norms: a field experiment in the subway. Advances in Environmental Psychology; 1: 31-40.
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